El pasado 30 de Septiembre llegó a 50 salas de nuestro país lo nuevo de Paul Verhoeven, Elle, basdado en la novela de Philippe Djian, esta vez adaptada a la gran pantalla de la mano de David Birke. En la que la veterana actriz Isabelle Huppert interpreta a Michèle, una exitosa ejecutiva de una empresa de software a buscar venganza después de que haya sido asaltada en su propia casa por un intruso.
Junto a Huppert en Elle veremos a Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Lucas Prisor, Christian Berkel, Alice Isaaz, Jonas Bloquet, Vimala Pons. En la que el director regresa al cine después de El libro negro, hace ya 10 aos, y nos presenta en esta poderosa e hipnótica película una cinta en lo que nada es lo que parece.
Se unió al proyecto de Elle en una fase muy temprana.
Sí, leí Oh … y me reuní con Philippe Djian, que me dijo que no la había escrito para mí, pero que sí me tuvo en mente durante la escritura de la novela. El libro, como mucha gente dijo cuando salió, se lee como un guion. Era imposible no pensar que podía ser una película. Entonces Saïd Ben Saïd hizo su entrada en escena: compró los derechos y empezamos a pensar en un director. Fue Saïd quien pensó en Paul Verhoeven.
¿Qué le gustó de la novela y de ese personaje femenino?
Michèle es una mujer que nunca se rinde. Nunca. Ella es cínica, generosa, cautivadora, fría, encomiable, independiente, dependiente, perspicaz. Es cualquier cosa menos sentimental; es golpeada por los acontecimientos, pero no se hunde. Verhoeven mantuvo esta línea, nunca trató de cambiar nuestra idea inicial, podíamos contar con él para trabajar ese punto del personaje – su fuerza, su originalidad, su modernidad. Ella nunca se comporta como una víctima, aunque tenga razones de sobra para hacerlo: víctima primero de un padre asesino, y después de su violador. La culpa les somete… Hay muchos conceptos difíciles de despegar de los personajes femeninos. Aun siendo mujeres fuertes, siempre tienen ese peso sobre ellas en las películas: la tentación de desviarse hacia la emoción que resulta falsa, un sentimentalismo empalagoso.
Gracias a su interpretación, algo distante y con un tono alegre, consigue evitar resbalar cuesta abajo…
¡Sí, resistí! Ablandarse habría sido un gran error. Aunque Verhoeven tampoco lo habría permitido. El único momento en que me permití mostrar cierta emoción es en el hospital, cuando su madre está enferma y se dan cuenta de que va a morir. De pronto, el personaje de Michèle se ablanda. No cuando ella es madre, amante o hija de un padre, si no cuando es hija es de una madre. ¿Es la muerte de una madre el paso definitivo a la vida adulta para una mujer? Lo estoy extrapolando un poco, pero lo que quiero decir es que en ese momento no me habría disgustado que la cámara grabara eso: un toque más emotivo, lágrimas que brotan, un parpadeo nervioso. Pero el cine tiene también un inconsciente.
¿Conocía el cine de Verhoeven?
Sí, por supuesto. La primera película suya que vi fue Delicias turcas. Su heroína es prácticamente lo opuesto a Michèle, una versión moderna de La dama de las camelias, que finalmente sucumbe a la enfermedad. Era una especie de cuento trágico y conmovedor. Lo último que uno podría esperar de Verhoeven. Elle es también una especie de cuento. Verhoeven y Djian comparten ese punto de vista. Como por arte de magia, nos hacen tomar las cosas por lo que son a simple vista, sin tratar de ponerlas en un contexto psicológico o excesivamente emotivo. El cuento permite cierta brusquedad, no hay necesidad de explicar o justificar las cosas, hasta la geografía de la película, que contrasta la ciudad y los suburbios, se representa con un toque de poesía, irradiando un sentimiento de naturaleza y la soledad. La película nos aporta elementos sobre su personaje, pero ninguno, ni siquiera los asesinatos de su padre, lo explican por completo.
Sí, la película va muy rápido en este sentido. Tratar de explicar los personajes tendería a romper ese punto de desequilibrio que es la fuerza de la historia, arrastrándolo a la monotonía que supone dar explicaciones. Michèle está de lleno en la escena en el momento en que esta ocurre. Lo que importa es cómo avanza, no cómo retrocede.
La confesión que Michèle hace a Patrick sobre los asesinatos de su padre captura a la perfección este rechazo a envolver su personaje en explicaciones. Su interpretación nos hace oscilar entre el horror, el humor, la duda, la emoción…
Una vez más, el plan no era contar una historia dolorosa. Michèle toma distancia, era la única forma de sobrevivir a su pasado. Nos sirve todo eso con un humor devastador, como si estuviera sosteniendo un plato de veneno diciendo “¿Te sirvo un poco?”. Djian no se anda con medias tintas: su padre mató a setenta niños pequeños y ahora tiene que vivir con esa humillación, esa catástrofe.
Uno podría pensar que durante el ataque en el sótano, se reproduce el trauma que experimentó con su padre y con su violador (durante el primer ataque), pero en esta ocasión teniendo control sobre los acontecimientos y la violencia.
Sí. Digamos que la violación desata un deseo de violencia en ella, que podría haber estado inactivo desde que era una niña. Como maestra de la manipulación, sabe cómo orquestarlo todo, a pesar de ser consciente de que la violación le ha afectado profundamente. Ella no sale indemne.
¿Le suponía un problema interpretar a una mujer que disfruta de su intimidad junto a su violador?
Una vez más, la película es un cuento. Y el cuento conduce a la fantasía. La realidad queda modificada, alterada. En un cuento todo se exagera, así que cualquier cosa es posible. Se reduce el grado de moralidad. Un juego se desarrolla entre Michèle y su violador, y esa es su elección.
¿Cómo fue el rodaje con Paul Verhoeven? ¿Cómo trabaja con sus actores?
Tiene la formidable precisión de un entomólogo. Su atención al más mínimo detalle es asombrosa. Uno se siente muy libre con él, puedes llegar con miles de ideas. El rodaje fue como ir 300 por la autopista. Aparecía prácticamente en todas las escenas durante las doce semanas de rodaje. No existía un momento para liberar tensiones. Me gustó el ritmo infernal de una toma tras otra. Era un nunca acabar, y esa precisión te mantenía siempre alerta y despierto. Es como un licor embriagador. Paul se ganó a todo el equipo, habrían hecho cualquier cosa por él. Paul nunca está cansado; nunca se detiene por nada. Podía dejarnos absolutamente agotados al final del día, mientras que él seguía trabajando durante cinco horas más.
¿En qué se diferencia la dirección de Verhoeven, realizador holandés que ha hecho películas en Hollywood, de la de un director francés?
Posee un sentido del ritmo y el movimiento, y no duda en mezclar géneros sin importar si se trata del retrato de una mujer, de una instantánea de la sociedad, o de una película de género o suspense. No estoy diciendo que un realizador francés no lo hiciera, pero digamos que sería una sorpresa.
La película se atreve a veces a rozar el romanticismo, especialmente en la escena en la que Patrick ayuda a Michèle a cerrar las persianas.
En todas sus películas juega constantemente con los códigos, los utiliza cuando los necesita y después los abandona. Nunca cae en la trampa de desviarse en una dirección y no volver.
Incluso las escenas de las comidas están bañadas por la acción y el simple placer de hacer películas.
Fue un placer, lo sentí cada momento de cada día. La puesta en escena y la dirección de actores son nada menos que el arte del movimiento: cómo la cámara abraza a los actores, cómo se funden tanto su ritmo interior como su relación con el mundo exterior. El actor es como una esponja, inconscientemente reactiva a la precisión de este movimiento, de la distancia con respecto a la cámara. Realmente es la puesta en escena la que resuelve todos los problemas que pueden surgir cuando actuamos.
A diferencia de la novela Djian, Michèle se dedica al negocio de los videojuegos, no al cine.
Verhoeven utiliza la fantasmagoría de los videojuegos como una extensión contemporánea de la dimensión de cuento de hadas. Una mezcla de sexo y violencia, como una alegoría de la historia de la película.
Los hombres no salen muy bien parados, especialmente Robert, el amante de Michèle, a quien ella dice, “Tu estupidez fue lo primero que me atrajo”.
Sí, a los hombres se les pone en su sitio. El hijo, el marido, el amante, e incluso el violador. Pero a pesar de su debilidad y falta de carácter, en algunos casos, estos hombres no son ni despreciados, ni despreciables. Su vulnerabilidad es entrañable. Pero es un hecho: Michèle es una mujer fuerte, una mujer de su tiempo que ha tomado el poder. Poder económico, social y sexual. Una pequeña revolución que revela la debilidad de los hombres.
Al final de la película, Michèle y Anna caminan juntas. ¿Hasta dónde irán?
Claro, las vemos caminando, pero a través de un cementerio no de un camino de rosas. ¿A dónde? No lo sé. Juntas, al menos.
Entrevista cedida por el Departamento de Prensa de Avalo. #Elle