Hace unos pocos años tuvimos un caso parecido a Nunca Apagues la Luz, donde un cortometraje se convertía en un largo respaldado por directores de fama internacional. En Mamá vimos cómo se estiraba a más no poder una trama que en el corto básicamente no existía. Tres años después Sandberg producido por el director James Wan, repite la formula llevando su cortometraje a la gran pantalla.
La cinta recoge a su favor varias fórmulas que en los últimos años hemos visto funcionar en el cine de género. La mezcla de terror psicológico con sustos acompañados de estridentes sonidos está a la orden del día. Y en contrapunto también apuesta por emular cintas antiguas, sobre todo del cine asiático en cuanto a desarrollo de guion y en creación del imaginario.
Es de aplaudir el trabajo audiovisual de Sandberg siendo su primer largometraje. Nos encontramos durante casi toda la película unos planos muy bien seleccionados que crean tensión y agobio. Es sorprendente la facilidad que tiene para aguantar los momentos tensos, hasta hacer decir basta al propio espectador. Aunque los planos narrativos empobrecen el visionado, ya que está más centrado el metraje en representar momentos cuidados tanto de iluminación como en puesta de escena cuando hay sustos, que en hacer una película cohesionada y sin altibajos visuales.
El desarrollo de la película pese a venir de un cortometraje funciona. Nos encontramos al igual que en Babadook, dos formas de ver la película; tanto de forma empírica como en forma onírica. Y quizás sea esa su mejor baza para no caer dentro de unos años en una calificación de película de sobremesa. No nos encontramos ante una cinta de telefilm. La trama tiene muchísimo trasfondo psicológico y se pueden sacar al final de ella muchas conclusiones. Su problema quizás es que actualmente no se puede valorar bien una película de terror que quiera ahondar en la psicología y tener a la vez un monstruo que tiña de negro el miedo.