Cien Años de Perdón es una película hispano-argentina, dirigida por Daniel Calparsoro (Combustión, Invasor) y escrita por Jorge Guerricaechevarría (Celda 211, Las Brujas de Zugarramurdi, El Niño). Un thriller que narra lo que parece un robo a un banco corriente, pero que poco a poco se va intrincando en un caso mucho más complejo de lo que parecía.
Sin duda es un golpe bajo que va a escocer a más de uno en España (y también en Argentina probablemente). La película se presenta ante el público a caballo entre la denuncia social y el thriller comercial; directa, sin tapujos y sin masticar. Y lo de sin masticar nos viene como anillo al dedo, porque o bien te atragantas por lo poco políticamente correcto de los atracadores argentinos, o bien te atragantas porque te has dado cuenta de que refleja la inverosímil y vergonzosa situación de corrupción que late en la ciudad en la que vives.
Su forma mama, quizás demasiado y en pecado, de películas como El Plan Perfecto de Spike Lee (2006). Una película que también comienza pareciendo un robo a un banco como otro cualquiera pero que va obteniendo trasfondo a medida que se va desarrollando la historia. En mi opinión hay algunos giros en el guion algo forzados, e incluso previsibles, así como una sobresaturación de clichés argentinos que sirven para amortiguar los vacíos narrativos con alguna risa en la sala. Esto no quiere decir que el desparpajo y los 400 “la concha de tu madre” que suman los protagonistas no hagan un papel relevante en el film, al revés, son esenciales para producir esa frescura y espontaneidad que hace que nos acerquemos al desenfreno de este tipo de películas aunque, a día de hoy, ya no parezcan tan ficticias. Pero sí que es verdad que lo bueno, breve, dos veces bueno, y aquí no hay pocos momentos así que podamos decir.
El último tramo del film enfría el buen desarrollo que estaba teniendo la película; cuando asistimos a la escena que se supone que pretende confundir no solo a los policías, sino también al espectador, para dar luego un (más que claro) último golpe sorpresa original e inteligente que culmine la historia, te das cuenta de que es prácticamente el mismo planteamiento que en El Plan Perfecto, por lo que inconscientemente se apaga toda esperanza de impacto. Y así es, porque la resolución del problema con algo que ya ha sido presentado anteriormente es algo más que común en el thriller, por lo que es poco sorprendente.
Eso sí, en el campo de la interpretación sí que hay sorpresa. Y muy grata en mi opinión. Lo que parecía que iba a ser LA PELÍCULA del soberbio Luís Tosar, respaldada por Coronado, se desmorona cuando aparece un tercer actor en discordia que se come la escena y que eclipsa a todo el que está a su lado con su espontaneidad y su carisma: Rodrigo de la Serna. Muy buen papel. Y tampoco olvidar a Luis Furriel que aporta una gran dosis de diversión; diversión que se convierte en el detonante para crear esa sensación irónica de absurdez que estamos viviendo.
Pero sin duda, lo destacable de la película no está en la forma, sino en el contenido. Estamos de enhorabuena, porque el cine español ha dejado de ser apolítico. Lo vimos en Celda 211, lo vimos en El Niño, lo vimos en El Desconocido y ahora lo volvemos a reafirmar con Cien años de perdón. Es una constante ridiculización satírica de los altos cargos políticos. La película se desarrolla en un banco ficticio de Valencia, epicentro de la corrupción por excelencia; una caja fuerte con un disco duro con secretos políticos ¿Bárcenas?; una lista “negra” donde aparece la trabajadora del banco, ¿Falciani? ¿Panamá?; policías corruptos e incluso rehenes que no dudan en llevarse al bolsillo algún que otro “presente”, aun estando en peligro de muerte. Todo de forma sutil, sin nombres ni apellidos; pero tampoco hacen falta. El reflejo de La España del 2016 a través de un robo destarifado; el reflejo de una moral podrida que se ha instaurado en todo el sistema el país, de arriba a abajo.
-Diego Giménez